Los seres humanos somos mamíferos y pertenecemos al grupo de los primates, que es el de los monos y los simios. De hecho tenemos un parecido notablemente mayor con los simios —gibones, orangutanes, gorilas y chimpancés— que con los monos. Por mencionar un único rasgo diferenciador, los simios no tienen rabo y los monos sí.
La conclusión de la biología molecular es que el gorila debió separarse de nuestro árbol genealógico -o nosotros del suyo- hace unos diez millones de años y los chimpancés hace sólo unos siete millones de años. El pariente más próximo del chimpancé no es el gorila sino el ser humano. Por dar unas pocas cifras: de los gibones nos diferenciamos en un 5% y de los orangutanes un 3,5%. Con los gorilas compartimos el 97,7% de nuestros genes y con los chimpancés únicamente nos diferenciamos en poco más de un 1,5%.
Nuestra similitud con simios y monos era conocida de antiguo. Los autores mayas del Popol Vuh creían que los monos eran el último experimento fallido que realizaron los dioses antes de que les saliera bien y consiguieran crear a los seres humanos. Muchos pueblos de África, América Central, América del Sur y el Subcontinente Indio pensaban que los simios antropomorfos y los monos tenían alguna relación profunda con el hombre: eran aspirantes a hombres, hombres frustrados o degradados por algún tipo de transgresión de las leyes divinas. Incluso algunos creían que los monos son verdaderamente inteligentes y tienen capacidad para hablar. Lo único es que no lo demuestran porque saben que nosotros los pondríamos a trabajar de inmediato.
Pero quizá la mejor metáfora de este parecido, que dicho sea de paso comete el error de pensar que venimos de un simio actual, aparece en una tira cómica de Johnny Hart. En ella un par de humanos prehistóricos están charlando y uno dice: "Si el hombre evolucionó a partir del simio... ¿Cómo es que aún quedan simios por ahí?" A lo que su compañero contesta: "A algunos les dejaron elegir".
La conclusión de la biología molecular es que el gorila debió separarse de nuestro árbol genealógico -o nosotros del suyo- hace unos diez millones de años y los chimpancés hace sólo unos siete millones de años. El pariente más próximo del chimpancé no es el gorila sino el ser humano. Por dar unas pocas cifras: de los gibones nos diferenciamos en un 5% y de los orangutanes un 3,5%. Con los gorilas compartimos el 97,7% de nuestros genes y con los chimpancés únicamente nos diferenciamos en poco más de un 1,5%.
Nuestra similitud con simios y monos era conocida de antiguo. Los autores mayas del Popol Vuh creían que los monos eran el último experimento fallido que realizaron los dioses antes de que les saliera bien y consiguieran crear a los seres humanos. Muchos pueblos de África, América Central, América del Sur y el Subcontinente Indio pensaban que los simios antropomorfos y los monos tenían alguna relación profunda con el hombre: eran aspirantes a hombres, hombres frustrados o degradados por algún tipo de transgresión de las leyes divinas. Incluso algunos creían que los monos son verdaderamente inteligentes y tienen capacidad para hablar. Lo único es que no lo demuestran porque saben que nosotros los pondríamos a trabajar de inmediato.
Pero quizá la mejor metáfora de este parecido, que dicho sea de paso comete el error de pensar que venimos de un simio actual, aparece en una tira cómica de Johnny Hart. En ella un par de humanos prehistóricos están charlando y uno dice: "Si el hombre evolucionó a partir del simio... ¿Cómo es que aún quedan simios por ahí?" A lo que su compañero contesta: "A algunos les dejaron elegir".
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